lunes, 10 de octubre de 2011

El Soneto

Creía yo entonces que aquellos sonetos eran los mejores de la literatura española.... Y lo eran. Lo que no sabía era que, con el tiempo, quedarían superados por otros que yo mismo escribiría  y que aún, al acercarse el final de mi tiempo, daría con el Soneto, esto es, con el Cosmos único y perfecto, resumen y globalidad de cuanto es, ha sido y será mientras la estructura métrica del Universo permanezca.

Debió de influir, de manera inconsciente al menos, mi antigua formación filosófica. No hay que olvidar que durante años el lema de mis clases de Lingüística había sido el extraído del Tractatus Lógico Philosophicus de Ludwig Wittgenstein: Die Grenzen meiner Sprache bedeuten die Grenzen meiner Welt[1]. Yo pensaba que, en efecto, la conducta lingüística de los individuos patentizaba su particular universo y que si del conocimiento del mismo se deducía un orbe lingüístico que lo repetía, también sería posible el proceso inverso, es decir, llegar a descubrir  heurísticamente la fórmula resumen del Cosmos que contuviera, en sí misma, su total conocimiento.

Yo he descubierto tal fórmula y, por ello, ha llegado el fin de mis días. Nadie que ya lo conozca Todo tiene la más mínima excusa para seguir viviendo; al menos con dignidad. Yo conozco el Soneto. Es decir, conozco epifánicamente la desmesura del Cosmos. Su simple revelación supondría el fin de la Humanidad. Ahora sé también que no he sido el único en descubrirlo y que otros lo descubrirán. Suceda, pues, mi silencio al de aquellos que me precedieron y preceda, entre tanto, al de aquellos que me sucederán.


[1]              Los límites de mi lenguaje denotan los límites de mi mundo.
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