Para Laura Moreno Gomar
I
También están los bares
y las muecas nocturnas de cerveza,
y un amor escondido
que no irá más allá
de la carrera de un taxi apestoso.
Y el escalón meado
donde se sientan tristes las borrachas
y en el que los mendigos
se atragantan de sorbos
robados a la noche entre delirios.
Y el muchacho del perro
que inventa historias nuevas cada día,
de liebres encamadas
y viajes imposibles
a las negras ciudades del insomnio.
Pero también nosotros,
de la misma madera que el rumano
y la vieja beoda
y la bípeda garza
de interminables piernas y nalgas breves.
Y tú también, a veces,
ajena a la bohemia trasnochada
y a los vapores acres
del licor de garrafa,
tú, diferente a todo entre la bruma.
II
Doblaban las esquinas
como gacelas que huyen del incendio,
el alcohol en los ojos
y en los desnudos vientres
la antigua mordedura de lo absurdo.
¿Qué río las esperaba
de plomo y alquitrán al otro lado,
qué oscuro cazador,
qué bosque ennegrecido
por la cansada noche de lo inane?
Solo luces del alba
que no verán sus ojos de granito,
pálpitos cotidianos
que no tienen su eco
en el valle sombrío de la muerte.
Tras la noche, otra noche
y un cierto desamparo nauseabundo
que despertará apenas
el cartón de sus labios
tan seco, tan ajado, tan inútil.
Y a tropel volverán
a recorrer la calle que no duerme,
volverán a incendiar
de aullidos los zaguanes
y un mandril morirá otra vez en vano.
III
Plácidamente
duerme,
sueña
otra vez su vida sin nostalgia
alejado
del mundo,
rey al
fin de la noche;
no
inquietéis al león del Serengueti.
Pues
no ajeno al deseo,
su
rugir sosegado en la alborada
todavía
despierta
atávicos
instintos
en la
joven belleza del desierto.
No
anheléis su presencia
pues
acudirá presto a la llamada
del
amor, incansable
paseará
su arrogancia
por la
arena dorada del recuerdo.
Mas ya
no le conviene
a su
corazón noble pero herido
la
ardua y feroz contienda
del
cortejo amoroso,
la
liturgia ancestral de lo evidente.
Dejadlo
que descanse
y en
su sueño recuerde la belleza,
ya
para siempre suya,
del
último combate.
No
inquietéis al león del Serengueti.
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