viernes, 3 de febrero de 2012

Rizando los rizos de Bécquer. Sobre la Rima XXIX.


                                     la bocca mi bacciò tutto tremante
                                   
                                                                                                                   Sobre la falda tenía
        el libro abierto,
        en mi mejilla tocaban
        sus rizos negros:
        no veíamos las letras
        ninguno, creo,
        más guardábamos ambos
        hondo silencio.
                                 ¿Cuánto duró?
                                 Ni aun entonces
                                 pude saberlo.
                                 Sólo sé que no se oía
                                 más que el aliento,
                                 que apresurado escapaba
                                 del labio seco.
                                 Sólo sé que nos volvimos
                                 los dos a un tiempo
                               y nuestros ojos se hallaron,
                                y sonó un beso.                              . 

   

 Creación de Dante era el libro, 
era su Infierno.                                                                                      
Cuando a él bajamos los ojos,                                              
yo dije trémulo:                                                                    
-¿Comprendes ya que un poema                                           
cabe en un verso? 
Y ella respondió encendida: 
-¡Ya lo comprendo! 







¿Se puede padecer el Síndrome de Stenthal mientras se lee un pasaje literario? Sí. Yo lo he sufrido. Como lo sufrieron, obviamente, aunque de segunda mano, -digamos, mejor, de segunda lectura-, los amantes de la rima becqueriana subyugados por los tercetos de Dante en que Francesca de Rimini explica la causa de su infierno: el beso causado por aquel otro beso que, por demoledor, debería ser llamado el Beso:

"Nessun maggior dolore
che ricordarsi del tempo felice
ne la miseria; e ciò sa 'l tuo dottore.
Ma s'a conoscer la prima radice
del nostro amor tu hai cotanto affetto,
farò come colui che piange e dice.
Noi leggiavamo un giorno per diletto
di Lancialotto come amor lo strinse;
soli eravamo e sanza alcun sospetto
Per più fiate li occhi ci sospinse
quella lettura, e  scolorocci il viso;
ma solo un punto fu quel che vi vinse.
Quando leggemmo il disiatto riso
esser basciato da cotanto amante,
questi, che mai da me non fia diviso,
la bocca mi baciò  tutto tremante.
Galeotto fu 'l libro e chi lo scrisse:
quel giorno più non vi leggemmo avante".

(Dante, Infierno V. 12 1 - 138)

(No hay mayor dolor -me replicó- que acordarse del tiempo feliz en la miseria. Bien lo sabe tu maestro. Pero, si tienes tanto deseo de conocer la primera raíz de nuestro amor, te lo diré mezclando la palabra y el llanto. Leíamos un día, por gusto, cómo el amor hirió a Lanzarote, Estábamos solos y sin cuidados. Nos miramos muchas veces durante aquella lectura, y nuestro rostro palideció; pero fuimos vencidos por un solo pasaje. Cuando leímos que la deseada sonrisa fue interrumpida por el beso del amante, éste, que ya nunca se apartará de mí, me besó temblando en la boca. Galeoto fue el libro y quien lo escribió. Aquel día ya no seguimos leyendo)  Traducción de Nicolás González Ruiz. BAC. Madrid. MCMLXXIII.

Francesca y Paolo Malatesta leen en el Lanzarote el primer encuentro entre éste y la reina Ginebra, por tanto  estos sí que son afectados, como yo lo he sido, por el pasaje original, que desprende ese no se qué del que dice Feijoó que no hay que pedir revelación pero que agrada, enamora, hechiza, embelesa... y que es, en suma, la esencia de la fruición estética. Fruición, goce, gozar, sentir placer, experimentar suaves y gratas emociones. Mil veces ha sido contada esta historia y mil veces le ha faltado algo: el fragmento original. Y sin embargo, existe una magnífica edición en Alianza Editorial, a cargo de Carlos Alvar, que traduce magníficamente del francés medieval y que titula Historia de Lanzarote del Lago, edición de la que entresaco el pasaje causante de tantas emociones:

[...]
Empieza a suspirar profundamente y la reina insiste, a sabiendas de lo que ocurre:
 -Decidme qué os pasa; no se lo descubriré a nadie. Sé que lo hicistéis por alguna dama; decidme quién es, por la fe que me debéis.
 -Señora, veo que no me queda más remedio que decirlo. Fue por vos , señora.
 -¿Por mí?
 -Así es, señora.
 -No fue por mí por quien quebrasteis lastres lanzas que os dio mi doncella, pues yo me quedé al margen del envío.
 -Señora, por ellos hice lo que debía, y por vos todo lo que pude.
 -Y todo lo que habéis hecho, ¿por quién lo habéis hecho?
 -Por vos, señora.
 -¿Cómo? ¿Tanto me amáis?
 -Señora, no amo tanto ni a mi mismo, ni a cualquier otro.
 -¿Desde cuándo me amáis así?
 -Señora, desde el momento en que me llamasteis caballero sin serlo.
 -Por la fe que me debéis, ¿de dónde procede tanto amor?
 En ese momento, la dama del Puy de Malohaut tosió a caso hecho, y estiró la cabeza, que había mantenido inclinada. Él la oyó al punto y la reconoció, pues la había oído en otras muchas ocasiones. La mira y no le queda ninguna duda: sintió tal miedo y tal angustia en su corazón que no pudo responder a lo que la reina le preguntaba; empezó a suspirar profundamente y las lágrimas le brotaron de los ojos con tal abundancia que el jamete que llevaba puesto se le mojo hasta las rodillas. Cuanto más miraba a la Dama de Malohaut, peor se encontraba su corazón. La reina se da cuenta de que miraba entristecido el lugar donde estaban las damas, e insiste:
 -Decidme, ¿de dónde procede ese amor? Os estoy preguntando.
 Se esfuerza en hablar y, al fin, responde:
 -Señora, procede de donde os he dicho.
 -¿Cómo?
 -Señora, vos fuisteis la impulsora, pues me convertisteis en vuestro amigo, si no mentía vuestra boca.
 -¿Mi amigo? ¿Cómo?
 -Señora, fue ante vos después de pedir permiso a mi señor el rey; yo llevaba puestas todas las armas a excepción de las que cubren la cabeza y las manos; os encomendé a Dios y os dije que sería vuestro caballero en cualquier lugar en que me encontrara, a lo que vos me contestasteis que deseabais que fuera vuestro caballero y vuestro amigo. Luego os dije: <<Adiós, señora>>, y vos me respondisteis:<<Adiós, mi dulce amigo>>, y esas palabras no me han abandonado el corazón: serán las que harán de mí un caballero noble y valiente, si lo llego a ser. Nunca se me olvidarán vuestras palabras, aunque me encontrara en las peores situaciones. Vuestras palabras me dan ánimo en los momentos de aflicción; vuestras palabras me han protegido de todo daño y me han sacado del peligro; vuestras palabras me han enriquecido en mis grandes pobrezas.
 -A fe mía, dije esas palabras en buena hora. Que Dios sea adorado pues me hizo que las pronunciara. Sin embargo, yo no me las tomé tan en serio como vos; a muchos caballeros les he dicho lo mismo, sin pensar más que en las palabras. Vuestro pensamiento no se comportó con villanía, sino que fue dulce y agradable, y habéis tenido suerte de convertiros en un caballero lleno de nobleza y valentía. Pero no es frecuente que los caballeros muestren a muchas damas grandes elogios, sin que ello les importe poco. Vuestro rostro me indica que amáis a una de aquellas damas más que a mí, pues habéis llorado de miedo al verla y no os atrevéis a mirar allí directamente: me doy cuenta de que vuestro pensamiento no está conmigo, en contra de lo que pretendéis aparentar. Por la fe que le debéis a lo que más queráis, decidme a cuál de las tres es a la que tanto amáis.
 -Señora, por Dios, os juro, que ninguna de las tres fue dueña de mi corazón en ningún momento.
 -No es necesario que juréis, no lo podéis disimular: muchas veces he visto cosas semejantes y me doy cuenta de que vuestro corazón esta allí, igual que vuestro cuerpo está aquí.
 Esto lo hacía la reina para causarle malestar, pues no dudaba que no había pensado en amar a otra más que a ella, como probaban las hazañas realizadas el día de las armas negras; pero se divertía viendo y contemplando su malestar.
 Él estaba tan angustiado que por poco se desmaya, pero resiste por miedo a las damas que veía. La misma reina temía que se desmayara: vio que se le mudaba el color y que le cambiaba; lo sujetó por los hombros para que no se cayera y llamó a Galahot. Éste se puso de pie de un salto y acudió corriendo; al ver en tal estado a su compañero, preguntó:
 -Señora, decidme, ¿qué ha pasado?
 La reina se lo cuenta.
-Ay, señora -dice Galahot-, por Dios, tened compasión: podríais privarme de él y sería una gran calamidad.
 -Realmente, querría que fuera mío. Pero ¿sabéis por quién realiza tales proezas?
 -Señora, no.
 -Señor, si es cierto lo que me ha dicho, es por mí.
 -Señora, por Dios, os lo debéis creer, pues del mismo modo que es más noble y valiente que cualquiera, así su corazón es más verdadero que todos los demás.
 -No os equivocaríais al decir que está lleno de nobleza y valentía si supierais las hazañas que ha llevado a cabo desde que fue armado caballero.
 A continuación le cuenta todas las proezas tal como él se las había ido diciendo, y añade que Galahot lo conocía ya, pues fue el que llevó las armas rojas en el primer encuentro, <<y sabed que todo ello lo hizo como resultado de tres palabras>>: le cuenta cómo había sido, tal como ya habéis escuchado.
 -Ay, señora, tened compasión de él, igual que yo hice lo que me pedisteis.
 -¿Cómo puedo tener compasión?
 -Señora, sabéis que os quiere más que a ninguna cosa, y por vos ha hecho más que cualquier caballero por su dama. La misma paz de mi señor el rey y yo a él se debe.
 -Ya sé que ha hecho por mí tanto que nunca se lo podré pagar, sin contar la paz que ha conseguido. No hay cosa que me pida que no le dé de grado. Pero no me ha pedido nada, y está tan triste y desconsolado que no ha cesado de llorar desde que miró hacia aquellas damas; no pienso que sea por el amor de ninguna de ellas sino porque teme que alguna le conozca.
 -Señora, de eso no es necesario hablar; tened compasión de él, pues os ama más que a sí mismo: yo ignoraba su secreto cuando vino, pero me advirtió que temía ser reconocido, y no me descubrió ningún otro sentimiento.
 -Tendré compasión de él de la forma que vos me digáis, pues vos habéis hecho lo que os pedí. Él no me ha suplicado nada.
 -Señora, no se atreve, porque no hay cosa que se desee que no cause miedo. Yo os lo voy a pedir por él, y si no lo hiciera, vos misma deberíais hacerlo, pues nunca llegaréis a alcanzar un tesoro más rico.
 -Bien lo sé; estoy dispuesta a hacer todo lo que me ordenéis.
 -Señora, muchas gracias. Os ruego que le concedáis vuestro amor y que lo aceptéis como caballero vuestro para el resto de la vida; sed su leal señora y lo habréis hecho más rico que si le hubierais dado todo el mundo.
 -Acepto que sea mío y yo seré suya; vos castigaréis las violaciones de esta promesa.
 -Señora, muchas gracias. Ahora es necesaria una señal que indique el comienzo del pacto.
 -No diréis nada que yo no esté dispuesta a hacer.
 -Señora, os lo agradezco: besadlo en mi presencia como prueba de vuestro verdadero amor.
 -No es hora ni momento, ni lugar para darle un beso. Tengo tantos deseos de hacerlo como él, pero esas damas ya están sorprendidas por lo mucho que hemos hablado: no podríamos impedir que nos vieran. Sin embargo, si él lo desea, con mucho gusto le daré un beso.
 Galahot está tan contento y admirado que no puede contestar nada, y se limita a decir:
 -Señora, muchas gracias. Señora, no dudéis de sus deseos, pues todo él lo quiere. Nadie se dará cuenta: los tres juntos nos acercaremos un poco, como si estuviéramos hablando en voz baja.
 -¿Por qué me hago de rogar? Lo deseo más que vos y que él.
 Se juntan entonces los tres  como si estuvieran hablando en voz baja. La reina ve que el caballero no se atreve a más; lo coge por la barbilla y, delante de Galahot, lo besa durante un buen rato, de forma que la Dama de Malohaut se da cuenta de que está besándolo.
 Luego la reina empieza a hablar con prudencia y discreción, pues sabía comportarse de forma adecuada.
 -Mi dulce amigo -le dice al caballero- ya soy vuestra, lo habéis logrado, y estoy muy contenta. [...]


Anónimo. Historia de Lanzarote del Lago. Edición y traducción de Carlos Alvar. Cap LII, pp. 351 - 354. Alianza Editorial. Madrid.  2010.



El beso de Rodin también es aquel beso.
Si han leído este pasaje y no han notado que su corazón se aceleraba, que sus manos temblaban, que las lágrimas acudían a sus ojos e incluso que iban a desmayarse; si ni siquiera les han entrado ganas de escribir una rima becqueriana,  un soneto renacentista o unos tercetos encadenados, pueden seguir considerándose buenos lectores pero olvídense de ser armados Caballeros del Reino de Benoic hasta el día en que experimenten dicha sensación, tal como lo exige el típico manuscrito hallado, -solo una vez en Internet y nunca más visto-, que estipulaba claramente dicha condición y que firmaba, en MCCXXXI, Louis, Chevalier et 1er. Comte de Benoic.
Creo que una buena solución puede ser leer el pasaje en su contexto, esto es, correr a la librería o a la biblioteca y leer por completo el magnífico volumen con las aventuras de Lanzarote, lo que, a buen seguro, nos hará completar la lectura de la Vulgata, con La Demanda del Santo Graal, -yo la tengo todavía en la edición de Editora Nacional-, y de La Muerte de Arturo, que también está en Alianza. No estaría de más aprovechar para darnos un paseíto por la Divina Comedia  y, por qué no, por las rimas de Bécquer, ya que la explicación de la XXIX a mis alumnos de 3º de ESO, es la que ha dado lugar a este rizar el rizo.


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