Vestidos de Stravinsky
reaparecen tus labios tan ajenos
flotando en el estanque
de aquel París de lluvia
anhelado siempre aunque prohibido.
Mas ya nada se intuye
tras las persianas bajas del ocaso
que apagan la mirada
al torpe caminante
de desiertas y amargas avenidas.
Fueron otras ciudades
las que amables abrieron sus senderos
a los pasos valientes
de dos cuerpos heridos
de dolor, confusión y desencanto.
Fueron otros colores
los que ayer dibujaron de belleza
las palabras escritas,
y a veces pronunciadas,
en la liturgia clara del deseo.
De aquello solo resta
hoy, consagrada ya la primavera,
las notas apagadas
de un extraño concierto
acordado de amor y sinsentido.
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