jueves, 3 de mayo de 2012

La carta

Hace algún tiempo, tal vez dos años, cuando empezó a hablarse del cambio de la edad de jubilación, escribí un pequeño relato al hilo de una tertulia con los compañeros de departamento. Al tratarse tan solo de una pequeña boutade ad usum internum no guardé el original, del que sin embargo me he acordado ahora por la actualidad que este y otros temas relacionados con el funcionariado van tomando. Era ta simple que no me cuesta nada reconstruirlo. Era más o menos como sigue:

LA CARTA

Pasadas las tres de la tarde, como cada día, como todos los días durante todas las semanas de ya tantos años, Juan llegó rutinariamente a casa y rutinariamente abrió el buzón en el que rutinariamente o no había nada o, a primeros de mes, llegaban los cada vez más escasos avisos bancarios o administrativos, escasos por falta de actividad y escasos por haber pasado a formato informático desde hacía ya bastante tiempo.
Pero, como Juan se temía, en esta ocasión, en este mes, un sobre especial destacaba sobre los demás, ese sobre que todos los funcionarios sabían que había de llegar algún día pero que ninguno deseaba y que ninguno acababa de aceptar como destinado a él.    Todos sabían que la carta llegaba 



pero todos vivían, de alguna manera, como si cada uno de ellos fuera inmune a su existencia, como si fuera algo que solo pasaba a los otros. Incluso teniendo, como tenía, fecha fija, se vivía ajeno a la cita, -no hubiera podido ser de otra forma-, y a nadie se le ocurría hablar del tema ni antes ni después. Tampoco era objeto de conversación el que algún compañero, -casos había aunque más bien raros-, decidiera anticiparse voluntariamente a los designios de la Administración. Además el funcionariado, la clase funcionarial, estaba perfectamente preparada desde su ingreso por oposición en los diferentes cuerpos para transitar la carrera administrativa hasta su final en un cursus que podía en ocasiones sobrepasar los cuarenta años y que terminaba a los sesenta y cinco desde que la creación del Ministerio de Higiene Social había puesto fin a las especulaciones sobre la conveniencia de alargar o no la edad de jubilación. Ni prolongación de la vida laboral ni jubilaciones anticipadas: 



Higiene Social, la solución perfecta ante el envejecimiento de la población, la carencia de empleo, -que no de trabajo-, y la consiguiente disminución de ingresos en las arcas estatales, que había acabado desde hacía tiempo con cualquier gasto social.

Con algo más de ataraxia que de tristeza o de cualquier otra emoción, Juan abrió la carta:


Estimado funcionario:

El próximo día 7 de los corrientes cumplirá Vd. 65 años.

Este Ministerio quiere expresarle su más ferviente felicitación por haber alcanzado tal edad en plenas condiciones para el servicio y agradecerle los prestados al Estado de manera tan ejemplar y durante tantos años.

Es nuestra obligación recordarle, por otra parte, que, según lo previsto en la Orden Ministerial correspondiente, en un plazo no superior a los siete días contados a partir de la fecha de su cumpleaños, debe presentarse en el Centro de Higiene Social más próximo a su domicilio a fin de recibir la prescriptiva inyección letal.





Attmente.:




       El Director General          


          

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1 comentario:

  1. Muy adecuado a los tiempos que corren y mucho más aséptico que el "Cuerpo de puntilleros del Estado" que propusiera, en su día, Miguel Ángel Aguilar. El estilo me recuerda a Borges, tal vez se podría añadir como addenda a la "Historia Universal de la Infamia".

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