EXILIO
Desde esta tierra extraña
y lejana de la edad provecta,
de la infancia exiliado,
recuerdo los paisajes de la patria
para siempre perdida.
Allí paseos y parques
de churro, correcalles y pirulo,
los amables rincones
de escondites y juegos
secretos tan prohibidos como ingenuos,
el patio de las chapas,
el zompo y la primera bicicleta
y, llegado el invierno,
cálido el cuarto azul de los juguetes,
cumple el tren de hojalata
su ya enésima vuelta
al fingido poblado,
atacan los indios a los vaqueros
en su fuerte escondidos,
rugen en sus montañas de papel
los tigres o leones
de goma o baquelita…
Allí quedaron para siempre,
huéspedes felices de la memoria
que amables me recuerdan,
cuando todo se va difuminando,
que algo queda de aquel niño perdido
en el juego sublime de la vida.
Luis Morales Olivas. Marzo de 2015.
En la Antología "Antón Pirulero" del Museo Pedagógico del Niño, dedicada a los juegos infantiles
Este poema es un exilio sin fronteras políticas: el destierro inevitable de la infancia. Con un tono nostálgico y preciso, evoca con ternura la geografía emocional de aquellos años —los juegos, los objetos, los rituales cotidianos— que hoy sobreviven solo en la memoria. La enumeración de juguetes, calles y aventuras construye un inventario afectivo que, más que describir, revive, como si el poeta invitara al lector a entrar en su patio de chapas o en el cuarto azul. El contraste entre la distancia temporal (“edad provecta”) y la cercanía sensorial de los recuerdos refuerza la idea de que, aunque la infancia esté “para siempre perdida”, persiste como un huésped amable que recuerda quiénes fuimos. El cierre, con ese “juego sublime de la vida”, deja una sensación agridulce: el niño ya no está, pero sigue jugando dentro de la memoria.
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